miércoles, 6 de mayo de 2009

El Sufismo y la Música

Si preguntásemos a nuestros lectores qué es el sufismo, posiblemente la mayoría de los que hayan oído o leído algo acerca de él, lo describiría como una suerte de “misticismo musulmán”. La causa de esa afirmación se debe, sin lugar a dudas, a que el grueso de todo el pensamiento sufi se desarrolló principalmente en las geografías marcadas por la palabra de Mahoma, y al hecho de que la inmensa mayoría de sus grandes maestros hayan profesado, de forma manifiesta, la fe islámica.
Sin embargo, el sufismo es una de las corrientes espirituales de más difícil clasificación de la Historia, puesto que su cuerpo doctrinal no ha sido establecido por una única escuela, y porque la dispersión de métodos en la transmisión de su legado, va desde la poesía de Ibn el-Arabí, a los chistes del Mulá Nasrudin, pasando por los relatos de Attar de Nishapur o los aforismos y paradojas de Niffari. Además, los sufis afirman que todo iniciado debe encontrar a su propio maestro, muchos de los cuales le animaran a “romper el tintero y destrozar los libros”, considerado, por algunos, como el primer paso para convertirse en un verdadero sufí. Sólo así, tras ese “vaciamiento del espíritu”, una persona sería capaz de convertirse en el receptáculo adecuado para experimentar sin traba la Verdad Suprema.
Por otro lado, no podemos olvidar que el sufismo evoluciona con el tiempo. Las enseñanzas de los maestros de la Antigüedad, deben ser revisadas y reinterpretadas con el paso de los años, pues, como dicen los sufís, todo lo que es hijo del Tiempo, tiene, irremediablemente, fecha de caducidad.
A pesar de todos los obstáculos con los que nos encontraremos en el camino del sufí, hay una cosa de la que sí podemos estar seguros: que el sufismo trasciende con mucho las fronteras de los árabes y las del Islam y, de esa manera, uno puede ser hindú, cristiano, musulmán o panteísta y ser sufi al mismo tiempo. En palabras de Robert Graves, el sufismo es la enseñanza secreta que se oculta detrás de las religiones. Es el sustrato común a todas ellas.
El sufí anhela el perfeccionamiento humano, el hallazgo de la Verdad y un estado de conciencia superior que le lleve al camino del conocimiento y del Amor, y, a través de Él, alcanzar la Unidad con Dios. Sólo de esa forma, podemos entender que un iluminado como Hallaj proclamase en voz alta: Ana´l-Haqq! (Yo soy la Verdad), porque el Amor le habría conducido a la identificación con el Creador y con todo lo Creado. Al parecer, a Hallaj no le importó que sus palabras le condujeran a la muerte.
Otro maestro sufí dijo, a propósito de todo esto: “La Verdad es un espejo roto en mil pedazos, y cada uno piensa que la verdad es el pedazo del espejo que posee”.
Así pues, no resulta nada fácil, establecer, de manera unívoca, la actitud de los sufis con respecto a ciertos temas, y, entre ellos, la música. O, dicho de otro modo, su actitud hacia la música es también ambivalente, como si se tratara de fragmentos de un espejo roto que para poder contemplarlo en su totalidad, necesitara de visiones contrapuestas.
El caso es que algunos maestros sufis, recurrían, a menudo, al llamado sama´, es decir, a la audición musical, ya que la consideraban una forma de aproximación a lo divino, muy útil para despertar nuestras conciencias, así como un medio muy efectivo a la hora de tratar determinadas enfermedades.
Siguiendo esta línea de pensamiento, algunos músicos del Asia Central desarrollaron los llamados makams, una amplia gama de tonalidades musicales a las que se atribuían efectos curativos. Oruç Güevens, médico y músico de origen turco, realizó diversas pruebas en el Berlin Urban Hospital de Alemania, y concluyó, tras analizar los encefalogramas de los pacientes voluntarios, que los makams generaban efectos tan intensos como los propios fármacos, y aseguraba que la música, al transmitir calma o alegría, conseguía incrementar las endorfinas de los oyentes que acababan influyendo, de manera muy favorable, sobre su sistema inmunológico y nervioso.
Por su parte, Ruzbihan, otro entusiasta partidario del sama´, pensaba que sólo se requerían tres cosas para alcanzar la alegría espiritual perfecta: un perfume delicado, un bello rostro que mirar, y una voz hermosa transformada en instrumento.
El Zhikr o repetición de los atributos divinos también podía resultar benéfico para quienes lo practicaban (¿No vislumbramos aquí cierta influencia del budismo y del hinduismo con sus cantos y sus mantras? ¿O, acaso es al revés, es la influencia de una Antigua Sabiduría Sufi, muy anterior a todos ellos, que recogieron posteriormente los indios y los tibetanos?). Según los sufis, al recitar los distintos nombres de Dios, recordamos lo esencial de nuestra condición divina. También es muy importante la respiración (esma) que se realiza al compás de la sama´. Se trata de respiraciones rítmicas, y en cada inhalación o exhalación se deben pronunciar los nombres divinos como Allah. Algunas fórmulas repetitivas, como “la ilah illa Allah”, acompañadas de ciertos movimientos, eran capaces de conducir a quienes la pronunciaban a un verdadero estado de trance.
Para otros, el auténtico sama´ era “una danza ensangrentada”, aludiendo con ello a la leyenda que asegura que Hallaj iba bailando mientras sus verdugos le conducían al cadalso, y al hecho de que el sufrimiento se podía convertir en alegría a causa del Amor y del encuentro último con Dios.
Los hay quienes acompañaban esa música inspiradora de lo divino con algunas danzas menos cruentas. Es el caso de los famosos derviches girófagos, quienes, gracias su girar interminable y a la concurrencia de unos sonidos rítmico-repetitivos, lograban alcanzar estados de exaltación y de comunión mística con la divinidad.
El problema de si el verdadero Zhikr debía ser practicado en secreto o en voz alta, también ha dividido a los sufís durante mucho tiempo, llegando a provocar una gran escisión el la orden naqshbandí, en Asia Central, en los siglos XVI y XVII.
A pesar de todo lo dicho, la música también podría resultar nociva, como ocurre cuando nos conformamos con el estado de embelesamiento en el que nos hallamos sumidos al escuchar o ejecutar música. Según Bahaudin Naqshband, la música puede ayudarnos a mejorar nuestro acercamiento a un nivel de conciencia superior, pero podría, en ocasiones, perjudicar a todo aquel que no estuviese lo suficientemente preparado para escucharla. Es lo que les sucede a los que piensan que el propósito de la música es simplemente entretener, causar alguna emoción o creen que los sentimentos que experimentan al escucharla son sublimes. Y es que el ser humano, a menudo, se fija tan sólo en lo aparente, y persigue cosas ilusorias, o busca donde no debiera, y, al final, uno puede acabar alejándose de la Verdad.
Recuerdo uno de los famosos chistes iniciáticos del Mulá Nasrudin a propósito de todo esto: Una noche se encontraba Nasrudin buscando algo que, al parecer, se le había perdido debajo de una farola. Daba vueltas y más vueltas entorno a la luz y escudriñaba todo el suelo, paso a paso, de manera minuciosa. En ese momento, se le acercó un hombre que llevaba largo rato observándole, y, empujado por la curiosidad, le preguntó: -“¿Qué es lo que buscas de forma tan insistente, amigo?”. “¿Acaso has perdido algo?”. “Sí- contestó Nasrudin, sin dejar de mirar el suelo- he perdido una llave”. Comoquiera que no la encontrara, aquel hombre, lleno de compasión, se decidió a intentar ayudarlo. “A ver, cuéntame cómo ha sucedido y yo te ayudaré a encontrarla”. Nasrudin levantó su mirada y comenzó a explicar: “Pues venía yo por ese camino de allí- dijo Nasrudin señalando la lejanía- y cuando me hallaba a la altura de la esquina de allá enfrente, he oido un ruido metálico. En ese momento, he mirado en mi bolsillo y he visto que ya no tenía mi llave... “Pero entonces”...-le interrumpió aquel hombre desconcertado- “¿Por qué buscas aquí, si la llave cayó allí, en la esquina de enfrente?”- “¡Pues es evidente!”- le contestó Nasrudin todo serio- “Porque aquí está la farola y hay mucha más luz”.

Nada debe distraer al sufi de su objetivo final. Debe buscar allá donde la Verdad no se encuentra fragmentada, y, quizás por ello, la música, que en un principio podría resultar beneficiosa y acercarnos a estados de conciencia superior, sería negativa y perjudicial si simplemente dejáramos que nos hechizara con su belleza.

Rumi dijo en una ocasión que la música era el sonido de las puertas del paraíso al abrirse. Tal vez por eso, Hallaj bailó cuando era conducido hacia el cadalso; como una mariposa con las alas encendidas que estuviera a punto de morir.

- ¡Ana´l-Haqq, Ana´l-Haqq! -
A lo mejor, y una vez que las puertas ya se han abierto, la música debería cesar para poder sentir la verdadera Unidad con el Todo en el Vacío, y en el más absoluto de los Silencios.

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